Sobre explotación laboral al estudiante, precariedad profesional, becarios eternos y otros demonios

¿Ha sido usted becario? ¿Conoce los pros y contras de ese pintoresco rol de formación y trabajo en carne propia, de oídas o tal vez porque en la empresa donde usted trabaja se encuentra algún estudiante de práctica?

Le hago esta pregunta para marcar la base de una reflexión que aquí comparto con usted:
¿Hasta qué punto es lícito delegar responsabilidades, tareas, misiones, a un estudiante bajo el ojo crítico de quienes ven en ello una integración laboral activa y quienes denuncian una explotación  y hasta un fraude fiscal?

Dos salidas, dos problemas

Integración laboral Vr explotación y el fraude fiscal

Para un estudiante sediento de experiencia y saturado de teoría, es de entender, que resulte mucho más estimulante y beneficioso para su futuro profesional realizar una práctica profesional rica en responsabilidades, proyectos y tareas más allá de las típicamente mecánicas o limitadas a una asistencia poco ambiciosa.

Un período colmado de la conocida presión por resultados, donde una aportación –incluso una omisión- haga la diferencia en cierta medida, supongo, puede que sea tenida en cuenta a la hora de recibir una oferta post-práctica de contratación: Una situación anhelada por la mayoría y que resulta presumiblemente de interés general en una nación tan afectada por el desempleo como España –si bien es algo extrapolable a cualquier parte del mundo–. Mucho mejor, en ese sentido, si esta vivencia se desarrolla en un período de tiempo razonable evitando pasar por experiencia corta de verano.

Por otro lado…

Desde una perspectiva adversa, resulta injusto que un estudiante tras invertir tiempo y dinero en su formación y que, trabajando en una empresa -si bien en calidad de becario o estudiante de práctica- lleve a su cargo tareas que le responsabilicen de manera comparable a un trabajador sabiéndose que no dispone de sus mismos derechos y prestaciones.

Un grito de injusticia pone de manifiesto que aquel estudiante de práctica pro-activo y entregado se encuentra en inferioridad de condiciones con respecto a un trabajador contratado; por ejemplo, no cuenta con la prestación por desempleo: Un grito que además recuerda, que por razones de estructura y documentación, el estudiante tampoco cuenta con ingresos salariales equiparables a los de un contratado; ni siquiera, con la tranquilidad que puede representar un contrato indefinido… ya que el convenio de prácticas tiene fecha de inicio y también de fin.

Justo en ese panorama sale a relucir una cuestión: Si ese profesional ya resulta activamente útil para el modelo de negocio de una empresa y, en términos de rol, es equiparable a un trabajador del común no sería de extrañar que la administración del Estado considerase que se está cometiendo un fraude fiscal omitiéndose las obligaciones de cotización tanto una explotación laboral, un abuso de poder donde la empresa toma ventaja de la inexperiencia del estudiante y se aprovecha de su talento sin recompensarle de manera debida.

Límites

Y entonces, ¿qué queda por hacer? Una práctica de observador y mecánica resulta de poca utilidad; por lo menos más allá de la aportación de dos o tres líneas en un Curriculum vitae. Asimismo, dar cabida al estudiante en un puesto que por responsabilidad y tareas podría estar cubierto por un trabajador en toda regla resulta una injusticia sino un fraude.
Límites, límites… la figura del tutor y las muchas y muy diversas herramientas de evaluación contante podrían establecer ese punto medio que interesa a los estudiantes y beneficia a las empresas: Límites para saber hasta qué punto es menester delegar y cuándo es justo decir “aún no estás preparado”.
Allí está la respuesta, creo, establecer límites evitando seguir ese llamado natural de sobrepasarlos –algo muy humano-, esta vez, para favorecer la formación de un futuro profesional sin dar pie a una multa, una denuncia, una inspección; un mal rato.

Por Alexander Puentes